domingo, 17 de febrero de 2013

RAZONES DE LA LIDIA

Sonaron los clarines y timbales en la Monumental de Barcelona y en los tendidos ya no cabía un alfiler. La expectación era máxima ante el cartel formado por Morante de la Puebla, El Juli y José María Manzanares, pero sobre todo, porque se trataba de la penúltima corrida de toros en Cataluña tras la prohibición aprobada en el Parlament. En uno de los tendidos de sol se encontraba Loana, una joven antitaurina que pisaba la plaza por primera vez gracias a la generosidad y paciencia de su padre, un aficionado de los que aún utilizaban el término Fiesta Nacional. Albert quería aprovechar la penúltima oportunidad de explicarle a su hija en qué consiste una corrida de toros y, de paso, desmontar algunos tópicos sobre la Fiesta.
 
 
 

 
Salió el primero de los seis toros de Núñez del Cuvillo y Morante de la Puebla lo recibió abierto de capa con seis verónicas marca de la casa. Los olés estremecieron al público y Loana puso cara de no entender nada. Más si cabe, cuando salieron los picadores a caballo.
 
El primer tercio -le dijo su padre- consiste en que el toro acometa al picador y, tras hacerlo una vez, vuelva a hacerlo por sí solo.
 
Después de que Morante dejara al morlaco frente al caballo, Albert siguió con la explicación:
 
-El tercio de varas tiene como objetivo que la herida del animal sea el efecto de su instinto combativo y la consecuencia de su propia pelea-. Loana saltó de su asiento como un resorte:
 
-Esto es pura crueldad, un maltrato animal intolerable-. Su padre, respondió:
 
-La lidia no consiste en torturar a un animal indefenso. Torturar es hacer sufrir voluntariamente a un ser humano indefenso y no a cualquier otro animal. Además el toro no tiene nada de indefenso, al contrario, es un animal naturalmente predispuesto a la lucha. Si la lidia realmente fuera una tortura, el toro huiría al igual que cuando se le somete a una descarga eléctrica en el matadero.
 
La naturaleza del toro
 
A Loana no parecieron convencerle los argumentos de su padre. La joven dirigió su mirada al ruedo, donde la aparición de los banderilleros anunciaba el cambio de tercio. El toro recibió tres pares de banderillas y la joven volvió a la carga:
 
-No entiendo este sufrimiento gratuito-. Albert, respondió:
 
-El sufrimiento del toro no es el objetivo de la lidia y sí lograr su acometividad, que el toro se defienda. Sin la lucha del animal, su muerte y las diferentes suertes del toreo carecerían de valor.
 
Además pocos saben que las reacciones hormonales del toro ante el dolor son únicas en el mundo animal. En lugar de sentir dolor como sufrimiento, el toro bravo siente un estímulo para la lucha.
 
-Pero es una lucha desigual, porque siempre muere el toro-, insistió ella.
 
-Al contrario, la lidia es una lucha con armas iguales: por un lado, la astucia; por otro, la fuerza, como David contra Goliat. Si el espectáculo consistiera en que unas veces muriera el toro y otras el torero, sería pura barbarie. Para que el torero pueda matar al toro, este tiene la oportunidad de defenderse, por eso cualquiera puede morir.
 
-Ya, claro, pero el hombre elige luchar y el toro no-.
-El toro no quiere luchar, pero no es porque sea contrario a su naturaleza el luchar sino porque lo que es contrario a su naturaleza es el querer. Un toro no puede ‘querer’ nada.
"¡Libertad, libertad!"
 
Para entonces la plaza era un clamor por las faenas de El Juli, que había sometido por completo al segundo y al quinto de la tarde -dos orejas-, y la de Manzanares, que había hecho lo propio con el tercero y el sexto con los que logró cuatro orejas por sus faenas llenas de estética y plasticidad. Menos afortunado había estado Morante de la Puebla, que incluso recibió algunos abucheos por su apatía frente a los peores toros de la tarde. Para no marcharse con mal sabor de boca, el diestro sevillano pidió un sobrero, esto es, el toro extra que solo puede conceder el presidente y que paga el torero.
 
Así, apareció un toro de la ganadería de Juan Pedro Domecq que obró el milagro: lo que minutos antes eran pitos y abucheos para Morante ahora eran palmas por bulerías. El torero cortó las dos orejas y la locura se desató en los tendidos: mil aficionados bajaron al ruedo y sacaron a hombros a los tres héroes por la Puerta
 
Grande. La épica, la emoción y el triunfo sobre la muerte en apenas un instante.
 
Lejos de conformarse con lo vivido en la plaza, la masa pidió más y paseó a las tres figuras en volandas por las calles de Barcelona al grito de "libertad, libertad". Loana, que contempló la escena con estupefacción, miró a Albert y asintió con la cabeza. Entonces, comprendió.
 
Javier Torres

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