Unidos en la gloria y en el dolor. Juan José Padilla no se ha separado de Adolfo Suárez Illana desde que empeoró la salud de su padre y el hijo anunciara la crónica de una muerte que ha teñido de luto toda España. En el hospital, en la capilla ardiente, en ese último paseíllo majestuoso por el Paseo del Prado, envuelto de un silencio maestrante solo roto por ovaciones o los múltiples «¡gracias, presidente!».
Detrás del féretro y la familia, desfilaba también Padilla, con terno de luto y su parche negro en el ojo, siempre cerca de su amigo Adolfo, «un hermano». El pupilo de quien conquistó libertades también se mantuvo al lado del torero en el momento más dramático de su vida, cuando un toro en Zaragoza le destrozó la cara y le hizo perder un ojo. Lo ha acompañado a hospitales, ha estado en las horas altas y bajas y siempre ha elogiado el espíritu de lucha del hombre que volvió a la arena con una entereza que sorprende al mundo.
La llamada taurina del hijo
La amistad viene desde hace tiempo, unidos por su afición al toro: Suárez Illana (cuyo suegro es el ganadero de lidia Samuel Flores) ha sido un clásico en diversos festivales. Esa llamada taurina la heredó de su padre, pues también el primer presidente de nuestra democracia actuó en un festival en Ávila, donde brindó un novillo a la que sería la mujer de su vida, Amparo. «... Empezó a salir con ella. Y aquí estoy yo», cuenta el hijo, que ensalza con fervor el valor (y los valores) del padre.
Las palabras de admiración y cariño entre Juan José y Adolfo son mutuas. El afecto fratenal es auténtico. «Juan es uno de los regalos del cielo que me ha dado la vida», dice Suárez. Se emocionan juntos, como emocionantes fueron las palabras que Suárez Illana tributó a su padre este domingo en el programa «Los Toros» de Manolo Molés: «Aprovechando que está ahí el maestro Padilla, que conoce que el sufrimiento forma parte de la gloria, quiero transmitirle a todo el mundo que mi padre ha empezado la gloria. Tengo muchas emociones, sentimientos encontrados, pero no hay dolor. Viendo cómo se libera, siendo creyente, que se va al cielo con mi madre, con mi hermana, con muchos amigos. Por supuesto, algo de egoísmo tienes y te duele, pero ante todo hay gloria. Y que Dios le bendiga».
En el citado espacio de la cadena Ser, Suárez Illana contó también la anécdota de un hombre grande: «Cuando le llevé a Antonio Cañizares, su confesor de toda la vida, don Antonio le dijo: "Adolfo, ¿quieres que te administre el perdón?". Sorpresivamente, mi padre respondió: "Yo siempre estoy dispuesto a dar y recibir perdón". Es la única respuesta que le he oído coherente en los once años de enfermedad, donde siempre primó el cariño».
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