Joaquín Rodríguez Costillares (1746-1799),
torero español que inventó el pase de verónica y el volapié para entrar a matar
al toro.
Nacido en Sevilla, pasó su infancia entre ganaderos y
marchantes. Formó en la cuadrilla de Pedro Palomo antes de independizarse, cosa
que hizo a la edad de 20 años. Tras torear en Sevilla y otras plazas llegó a
Madrid y en los años que van de 1776 a 1780 consiguió atraerse al público, sobre
todo al aristócrata, por lo que entró en rivalidad con Pedro Romero, que era el
torero popular.
La importancia de Costillares para la historia
del arte de torear fue trascendental: a él se debe la formación de cuadrillas,
sometidas a las órdenes del maestro, así como la invención de variados lances y
el perfeccionamiento de la suerte de las banderillas. Murió de un tumor en la
mano derecha.
La fecha más aproximada de su
alternativa es la de 1768 y el lugar Sevilla, aunque es en la Plaza de Madrid
donde se consagra, en competencia desde 1775 con la otra figura legendaria del
toreo a pie en el siglo XVIII, Pedro Romero de Ronda, así como desde 1778 con el
gran Pepe Hillo. Sus triunfos duraron hasta el año 1791, fecha en la que contrae
una grave dolencia en un brazo, aunque siguiera estoqueando hasta su retirada de
los ruedos en 1794.
Con Costillares y Pedro Romero surge la rivalidad
entre los toreros, que tan beneficiosa para el arte se demostraría, y surge el
torero profesional, adorado del público, que impone duras condiciones económicas
al empresario. Fácil estoqueador, a lo que ayudaba su alta estatura, Costillares
pasa por ser el inventor del volapié.
Hasta que en Sevilla
apareció Joaquín Rodríguez Costillares (1743-1800), hijo y nieto de toreros,
antiguo empleado del matadero como todos los suyos, que al sistematizar y
reglamentar el toreo inventó la corrida moderna.
Organizó las cuadrillas de toreros, que antes se
contrataban por la empresa de la plaza, disciplinando su actuación y
sometiéndolas a las órdenes del matador, convertido así en patrón y director de
lidia.
Estableció los tercios de la lidia, de varas, de
banderillas y de muerte.
Inventó la suerte primordial del toreo de capa, la
verónica.
Mejoró el uso de la muleta dotándola de eficacia para la lidia y de hondura artística.
Mejoró el uso de la muleta dotándola de eficacia para la lidia y de hondura artística.
Inventó la estocada a vuela pies o volapié. Porque
había toros que llegaban aplomados al final de la lidia y no se podían matar en
la suerte de recibir, única conocida. Entonces Costillares, en vez de esperar
una dudosa embestida, se fue hacia ellos con el estoque y la muleta por delante;
la muleta para hacerlos humillar y el estoque para hundirlo en el hoyo de las
agujas.
Finalmente modificó el vestido de torear
estableciendo la chaquetilla bordada, con galones de oro para los maestros y de
plata para los subalternos, el calzón de seda y la faja de colores.
Quizá haya que relativizar alguna de estas novedades,
porque Costillares organizó y sistematizó un rico y abundante caudal de suertes
que se practicaban de manera caótica; pero sin duda a partir de él la corrida
cobra el aspecto con que llega a la actualidad. Terminaba la fiesta y comenzaba
el espectáculo; porque tanto la autoridad como los profesionales del toreo
tenían interés en apartar del ruedo a los aficionados.
José Delgado
Pepe-Hillo (1754-1801) no sólo fue uno de los toreros que
modernizó el toreo, junto con Pedro Romero, sino que además fue un teórico que
escribió Tauromaquia o El arte de torear, y en este libro, publicado
póstumamente en 1804, explica lo que es una muleta, cómo se hace y para qué debe
usarla el torero en la plaza. La ilustración corresponde a un grabado de las
escenas de la Tauromaquia de Francisco de Goya, que tituló "Pepe Illo" haciendo
el recorte al toro, y curiosamente no lo hace con la muleta, sino con un
sombrero castoreño.
José Delgado y Gálvez, Pepe
Hillo, torero extraordinario que según gacetas de la época "hacía en la
plaza lo que todos, pero como no lo hacía ninguno", nació el 19 de
septiembre de 1768 en Villalvilla, Espartinas. De familia muy pobre y criado en
la máxima rusticidad, fue aprendiz de zapatero antes de seguir su afición a los
toros.
Se dice que era ingenioso,
bullanguero, generoso, dado a la cuchufleta y a la broma y que seguía a
rajatabla el refrán de la época que mantenía que "el que guarda el dinero ya no
es torero". Para sus subordinados era un hombre de gran corazón, que se hacía
querer. Decía "Ojo Gordo", su banderillero, que "no se le podía tratar sin
quererlo porque era de lo que no hay en el mundo".
Y se
comentaba en Sevilla que Hillo no iba nunca a la Maestranza sin recibir antes la
bendición de su padre y besarle con reverencia la mano.
Los días de lidia se pasaba
las mañanas rezando en la capilla del Baratillo con dos peones de su cuadrilla.
Así surgió la coplilla:
¡ Qué lástima me ha dado
de ver a "Hillo"
rezando en la capilla del Baratillo!
Su apodo fue llevado y traído
en romances, coplillas y cantes callejeros, pues gozaba de una enorme
popularidad. Como un ídolo, era invitado a bodas, bautizos y fiestas, y era tan
amigo de la aristocracia más encumbrada como del pueblo más llano. Le querían.
Fue protegido por muchas damas nobles, provocando crónicas escandalosas y
grandes polémicas, mientras que las artistas más conocidas se disputaban su
amistad.
Tenía el cuerpo como un
colador por las veinticinco cornadas recibidas, pero ya se sabe que el toro
lleva en un cuerno gloria y dinero y en el otro no lleva más que muerte: el
torero lucha entre los dos. El pitón derecho de "Barbudo" lo enganchó en el
muslo la tarde del 11 de mayo de 1801 en la plaza de Madrid. El toro de
Peñaranda lo derribó, lo recogió de nuevo y así puso fin a la vida de aquel
lidiador extraordinario. Una inmensa muchedumbre acompañó el cadáver del que
consideraba su héroe, que recibió sepultura en la iglesia de San Ginés.
Pero aún hizo más José Delgado
y Gálvez. Apenas sabía leer ni escribir, pero por primera vez en la historia
alguien tiene la visión de escribir un código taurino, de establecer las reglas
dentro del ruedo basándose en la experiencia y de elevar el toreo a la categoría
de "Arte": así llama a su libro, Tauromaquia o Arte de Torear, todo un acierto afortunado, con el que además se
consolida el toreo de a pie que venían imponiendo los toreros andaluces, frente
al toreo vasco-navarro en el que se valoraba la técnica del salto, del regateo,
del esquivar, en definitiva, al toro. El libro fue publicado en Cádiz en 1796 y
ha tenido sucesivas ediciones. De este libro y de las "suertes" que explicara
Pepe Hillo se han ocupado artistas como Goya o Picasso.
LEYENDA SOBRE LA MUERTE DE PEPE-HILLO Y EL
TORO «BARBUDO»
Se había programado en Madrid, para el día 11 de mayo de 1801,
la 3ª corrida completa de 16 toros, 8 por la mañana y otros 8 por la tarde.
Los diestros eran José Romero (de Ronda), José Delgado (Pepe-Hillo) y
Antonio de los Santos. Dos de esos toros eran de la ganadería de D. José Gabriel
Rodríguez Sanjuán, de Peñaranda de Bracamonte y de estirpe castellana. Uno de
ellos era Barbudo, que fue lidiado en 7º lugar, por la tarde. La víspera
de la corrida, los toros estaban en la vaguada del Arroyo de Abroñigal,
esperando ser llevados en la madrugada siguiente a los corrales de la plaza de
la Puerta de Alcalá. Pepe-Hillo, que siempre había desconfiado de los toros
castellanos, acudió a verlos a caballo. Uno de esos toros se acercó a él y
entonces, dirigiéndose al mayoral, le dijo: «Tío Castuera, ese toro para mí».
Tristemente era Barbudo, negro zaíno, que le iba a quitar la vida, unas
horas más tarde.
Según el testimonio del escritor Don José de la Tixera, autor del texto de la "Tauromaquia o arte de torear", dictado por Pepe-Hillo, Barbudo sólo tomó 3 ó 4 varas huyendo, mostrando su condición de manso. Más tarde, en banderillas, Antonio de los Santos le pareó y luego aún hubo 3 pares más de los banderilleros Joaquín Díaz y Manuel Jaramillo. Pepe-Hillo, de azul y plata, le dio dos naturales y uno de pecho. Entró a matar, muy cerca del toril, metió media estocada muy superficial y contraria, haciendo el toro por él y le alcanzó en el muslo izquierdo, le corneó en el estómago, campaneándolo horriblemente de pitón a pitón durante varios segundos. El picador Juan López, sin caballo y solo con la vara, intentó hacerle el quite pero fue inútil. Pepe-Hillo murió en la enfermería 15 minutos después. José Romero mató luego al toro de 2 estocadas. Pepe-Hillo fue enterrado dos días después, tras una procesión popular por las calles de Madrid, en la iglesia de San Ginés, donde aún reposan sus restos. Durante mucho tiempo se guardó luto en Madrid y se suspendieron las corridas de toros.
Según el testimonio del escritor Don José de la Tixera, autor del texto de la "Tauromaquia o arte de torear", dictado por Pepe-Hillo, Barbudo sólo tomó 3 ó 4 varas huyendo, mostrando su condición de manso. Más tarde, en banderillas, Antonio de los Santos le pareó y luego aún hubo 3 pares más de los banderilleros Joaquín Díaz y Manuel Jaramillo. Pepe-Hillo, de azul y plata, le dio dos naturales y uno de pecho. Entró a matar, muy cerca del toril, metió media estocada muy superficial y contraria, haciendo el toro por él y le alcanzó en el muslo izquierdo, le corneó en el estómago, campaneándolo horriblemente de pitón a pitón durante varios segundos. El picador Juan López, sin caballo y solo con la vara, intentó hacerle el quite pero fue inútil. Pepe-Hillo murió en la enfermería 15 minutos después. José Romero mató luego al toro de 2 estocadas. Pepe-Hillo fue enterrado dos días después, tras una procesión popular por las calles de Madrid, en la iglesia de San Ginés, donde aún reposan sus restos. Durante mucho tiempo se guardó luto en Madrid y se suspendieron las corridas de toros.
Pedro
Romero y Martínez (1754-1839)
nace en Ronda el 19 de noviembre de 1.754 y es bautizado en la Iglesia
del Espíritu Santo, la que mandaran construir los Reyes Católicos para
conmemorar su victoria contra los moros; muere en su ciudad a los 84 años, el
día 10 de febrero de 1.839. Dejó Pedro tantos recuerdos a sus paisanos, que hoy,
después de siglo y medio de su muerte, el torero está presente en la
afectuosidad y conocimiento de los rondeños. Pedro Romero es un mito en el
planeta de los toros y el personaje más popular en su ciudad, hasta el punto de
dedicar en su memoria la Feria de Ronda, a primeros de septiembre, cuando en la
mayoría de las poblaciones españolas las ferias y fiestas se realizan en honor
de su Santo Patrón.
A modo de breve
biografía, veamos algunos datos del célebre torero rondeño. Se considera uno de
los pilares de la tauromaquia, por más que su recuerdo dependa únicamente de los
testimonios históricos, que llenó con su presencia veinticinco años de historia
del toreo, era hijo de Juan Romero y hermano menor de José, también matadores
de toros. Empezó como segundo espada en la cuadrilla de su padre. Se presentó en
Madrid en 1775 y, pronto, entabló competencia con los nombres fundamentales de
la época: primero Costillares e, inmediatamente después,
Pepe-Hillo.
Retirado de las
plazas en 1799, sin sufrir un solo percance ni una cornada, falleció el 10 de
febrero de 1839, a la edad de 84 años.
Se ha dicho, con
autoridad documental, que Pedro Romero debe ser incurso en los matadores de
toros, siendo especialmente eficaz con la suerte del volapié, considerada
entonces un recurso. Se distingue la categoría de toreros, en los rudimentos del
arte, para sus dos grandes contrincantes.
Pedro Romero y
Pepe-Hillo renovaron el arte de torear a finales del siglo XVIII. Para Pedro
Romero lo más importante era matar al toro, momento cumbre de la corrida donde
se medía al torero. Para Pepe-Hillo, sin embargo, la faena del torero debía ser
coherente desde que el toro hacía su aparición en la plaza hasta su muerte.
Estas dos maneras de interpretar el toreo marcaron una gran rivalidad entre
ellos.
- Aspecto físico: de complexión fuerte, muy alto y figura atlética. Mata su primer toro: en el año 1.771, a la edad de 17 años, en Ronda. Inauguración de la Plaza de Toros de Ronda: año de 1.785; en el cartel está Pedro Romero y Pepe-Hillo (rivales en la profesión). Modo de matar los toros: siempre "recibiendo", para ejemplo de las "figuras" actuales que lo hacen en raras ocasiones. Su retirada: en el año 1.799 en Madrid, a los 45 años de edad y vuelve a Ronda para descansar de su vida taurina. Mató en su vida: la cantidad de 5.600 toros. Percances de importancia: jamás fue herido por los toros. Creencias: era muy religioso, como lo demuestra con su pertenencia y actividad en algunas Hermandades rondeñas. Oficio en su retiro rondeño: Visitador de estancos. Capital acumulado: propietario de múltiples fincas rústicas y urbanas. Pensión de jubilado: nueve reales por su cargo de Visitador de Estancos. Último oficio: en 1.830, a los 76 años de edad, es nombrado director y maestro de la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, por orden del Rey.
- Año 1.831: en la Escuela se permitía, a los 77 años, hacer quites a los toros para salvar las malas situaciones de sus jóvenes alumnos.
- Mató su último toro: en Madrid, a los 77 años, brindando a la Reina.
Frases de Pedro
Romero: "El toreo no se hace con las piernas, sino con las manos". "Más cornadas
da el miedo que los toros". "El matador nunca debe saltar la barrera, ni huir
con espada y muleta". "El cobarde no es hombre. para torear se necesitan
hombres".
Muerte de Pedro Romero y Martínez: en Ronda el 13 de febrero de 1.839, a los 85 años de edad, siendo enterrado en un viejo cementerio y con el paso del tiempo sus restos desaparecieron sin que se sepa su último destino.
Escuela
de Tauromaquia de Sevilla, institución pedagógica fundada
durante el reinado de Fernando VII en la ciudad de Sevilla (España), con el
objetivo de enseñar los secretos de la lidia a los futuros toreros y matadores
de toros.
Un fenómeno
propio del ideario de la Ilustración fue el nacimiento y la proliferación de las
academias —originadas por su confianza en las reglas y ordenanzas reguladoras
como garantes de la razón— y escuelas de distintas enseñanzas, desde las
balbuceantes ingenierías hasta esta escuela de tauromaquia, la primera creada en
el mundo, por Real Orden de 28 de mayo de 1830.
Su concepción fue
fruto de la afición del conde de la Estrella. Su primer director fue Pedro
Romero y el subdirector, Jerónimo José Cándido. Los argumentos que la avalaban
se basaban en la decadencia de la fiesta tras la retirada de los ruedos de los
grandes maestros, así como de las desgracias ocurridas en distintas plazas.
Perseguía, pues, tanto una vocación pedagógica como otra, equiparable, de
vigilancia y defensa de los aprendices de toreros.
En su corta vida,
pues, inaugurada en enero de 1831, fue suprimida por Real Orden de 15 de marzo
de 1834, tuvo como alumnos más descollantes a Francisco Montes, Paquiro y a
Francisco Arjona Cúchares. Hay que recordar que el arte de torear sigue
denominándose popularmente como “el arte de Cúchares”.
El arte del
toreo
fue maravilla
porque lo hicieron juntos
Ronda y Sevilla.
Unieron dos verdades
en una sola
con Illo y con Romero
Sevilla y Ronda.
De Sevilla era el aire
de Ronda el fuego:
y los dos se juntaron
en el toreo.
Y como se juntaron
los dos rivales
no habrá nada en el mundo
que los separe.
Tampoco se separan,
andando el tiempo,
Joselito y Belmonte
de Illo y Romero.
En José estuvo el soplo
y en Juan la brasa:
y en los dos encendida
la llamarada.
Por eso fueron
José y Juan, los dos juntos,
todo el toreo.
fue maravilla
porque lo hicieron juntos
Ronda y Sevilla.
Unieron dos verdades
en una sola
con Illo y con Romero
Sevilla y Ronda.
De Sevilla era el aire
de Ronda el fuego:
y los dos se juntaron
en el toreo.
Y como se juntaron
los dos rivales
no habrá nada en el mundo
que los separe.
Tampoco se separan,
andando el tiempo,
Joselito y Belmonte
de Illo y Romero.
En José estuvo el soplo
y en Juan la brasa:
y en los dos encendida
la llamarada.
Por eso fueron
José y Juan, los dos juntos,
todo el toreo.
José
Bergamín - Seguidillas Toreras
Francisco Montes "Paquiro"(1805-1851), nació en
Chiclana en 1805 y fue el alumno favorito de Pedro Romero. Alto, fuerte y
elástico, de largas patillas, fue el torero romántico por excelencia.
Fue un genio
de su arte que dominaba todos los estilos; podía ser dominador y sobrio como los
rondeños, y como los sevillanos barroco y luminoso. Saltaba a la garrocha y
jugueteaba con los toros con exactitud y brillantez de arcángel. Dirigía la
lidia y mandaba a los peones con autoridad y sabiduría supremas, y la conducía
sin fisuras hasta el momento culminante de la muerte. Sin embargo, mataba
atravesado y nunca corrigió este defecto, a pesar del tesón que en ello puso su
maestro.
Alumno de Pedro Romero en la Escuela de Tauromaquia
de Sevilla, despuntó muy pronto como figura.
Toma la alternativa de manos de Juan Jiménez, el
Morenillo, con un toro de Gaviria el 18 de abril de 1831. Desde ese momento
hasta su retirada forzosa por una tremenda cornada en la pierna recibida el 21
de julio de 1850, de cuyas secuelas falleciera meses después, Paquiro se
convirtió en la gran figura del toreo de su época, gloria que habría de
compartir con Cúchares desde 1840. En los últimos años de su vida las muchas
cornadas y la demasiada afición al aguardiente mermaron sus
condiciones.
Pasa Paquiro por haber sido un torero artista,
inventivo y muy vistoso, principalmente con el capote, atribuyéndosele la
invención del salto de la garrocha así como de varios lances de capa, entre
ellos la majestuosa verónica, la tijera navarra y el abaniqueo.
Con su nombre apareció en el año 1836 la célebre
Tauromaquia, obra del crítico taurino Santos López Pelegrín, Abenámar,
la más importante preceptiva taurina de todos los tiempos. Paquiro dictó dicha
Tauromaquia (1836), inspirada en la de Pepe-Hillo y
posiblemente en el minucioso informe del conde de la Estrella, que es un
compendio de su extensa sabiduría torera.
Dividida en tres
partes, como si los mismos tres tercios de la función que él delimita, se ocupa
su Tauromaquia del Arte de torear a pie, del Arte de torear a caballo y
de la Reforma del espectáculo, aspecto éste que tanto le preocupaba. Ocupándose
de todo ello, esta obra se considera el código definitivo del toreo ecléctico,
que, como apunta Andrés Amorós, “parte de la actitud defensiva (como
Pepe-Hillo), pero aspira a la perfección (como en las máximas atribuidas a Pedro
Romero”. “Sus reglas -nos recuerda Amorós- han sido la base de toda la
preceptiva taurina”. De ahí que sea considerado, sin exageración y con justicia,
el Gran Legislador o el Supremo Codificador de la Fiesta. Y esto, hasta en los
más mínimos detalles, hasta en los aspectos más aparentemente tangenciales, pues
se ocupó “Paquiro” incluso del vestido que el torero precisaba para realizar su
labor y para subrayarla, para subrayar también la dignidad del torero a pie, tan
subestimado antes, tan denostado.
Concebido para
crear espectáculo, para acentuarlo y para singularizar al diestro presentándolo
como un héroe sobre la arena, el traje de luces, que deriva de los vestidos
goyescos, fue diseñado básicamente por Montes que, al parecer, halló también
inspiración en los trajes de gala de los oficiales del ejército francés. La
montera, palabra que designa ese tocado con que cubre el torero su cabeza,
remitiría a Francisco Montes, tan vinculado está éste al traje que, evolucionado
ya en el curso del tiempo -persiguiendo sobre todo mayor ligereza y comodidad-,
en líneas generales sigue siendo el traje diseñado por él entonces.
Pero esta es la
sombra de “Paquiro” -o mejor, su luz- proyectándose hacia adelante. Y “Paquiro”,
tras aquel año glorioso de 1836, sigue su camino en el presente cotidiano. "
"Genial artífice
del toreo de capa (quiebros, quites, recortes, galleos,...), sereno y audaz con
mala mano -o mala vista- a la hora de dar muerte, Francisco Montes “Paquiro”,
lidiador autoritario y enérgico, sigue, tras el treinta y seis, siendo el
indiscutible primer espada. El primero también de un equipo que supo siempre
escoger con tino, lo que le permitió rodearse de una cuadrilla selecta - cuyos
miembros, además de admirarle profesionalmente, le profesaban verdadero
cariño-que seguía con atención impecable sus instrucciones, “subordinados todos
los lances de la lidia a la dirección del maestro”.
Tras su
omnipresencia arrolladora en 1836, siguió, en plenitud de facultades, su apogeo.
Único él, además de solo, pues sólo Juan Yust -torero sevillano (1807-1842),
según los testigos de la época, podía en el ejercicio del toreo comparársele y,
acaso, hacerle sombra.
En 1839 y en 1840
todas las empresas taurinas de España intentan enfrentar a Juan Yust y a
Paquiro, pero aquél, que se acababa de presentar como matador de toros en Madrid
en 1842, falleció en septiembre de aquel mismo año.
Tuvo un discípulo de privilegio, José Redondo
Chiclanero. Murió el 4 de abril de 1851.
Pero, muerto
Montes, "Paquiro" permanece, como bien nos lo apunta la necrológica aparecida en
un diario de la época: "La sombra de esta celebridad ha
desaparecido, pero sus recuerdos quedan". O sea, que sólo la sombra desciende al
reino de las sombras.
Más o menos, en
fin, que lo cantado por García Tejero en sus versos:
"El rey de los
toreros se apellida
y con justa razón
rey se proclama...
Su nombre ya no
muere, pues su vida
en letras de oro se
verá esculpida
y tanto durará como
su fama."
Francisco Arjona Cúchares (1818-1868) Nace en
Madrid el 20 de mayo de 1818, y muere en La Habana (Cuba) el 4 de diciembre de
1868. Aunque madrileño de nacimiento, debe considerársele torero sevillano, pues
fue en la legendaria Escuela de Tauromaquia de Sevilla donde aprendió el oficio
del mítico Pedro Romero entre los años 1831 y 1834. Se trata de una de las
figuras más eminentes del toreo, como lo prueba el hecho de que al espectáculo
de los toros se le denomina "el arte de Cúchares".
Su dominio, conocimiento de los toros y maestría le
permitieron finalizar su carrera profesional sin que le hiriera ningún toro.
Mantuvo rivalidad con El Chiclanero. Dejó como principal recuerdo el toreo de la
muleta con la mano derecha, que apenas se practicaba antes de generalizarlo él.
Su actuación en Madrid como media espada, matando un toro de Veragua el 27 de
abril de 1840 no le cuenta como alternativa; ésta la recibió definitivamente en
Sevilla un año después, y la confirmó en Madrid el 6 de junio de 1842.
Fue Cúchares un torero muy
peculiar, despreocupado y desdeñoso ante el toro, gustaba de ejecutar todo tipo
de engaños, como recortes y galleos. Torero de mucho aplomo, buena técnica y
mejor intuición, seguro con el estoque, tuvo tantos incondicionales como
detractores, los que le achacaban su chulería y su ventajismo. De la gran fama
que adquirió es prueba la expresión "el arte de Cúchares", que ha quedado en la
lengua española para referirse al arte de torear.
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